lunes, 10 de diciembre de 2007

Tres días, tres días bastaron.

Era verano y por esas fechas, como todos los años, Miriam estaba en el pueblo, con sus padres. Allí no había nada entretenido, no había internet, no había gente interesante, no había ordenador, no había teléfono... nada, nada de nada; aquello era lo peor de todas las vacaciones, ella lo pasaba realmente mal porque encima sus padres se pasaban los días incordiándola e intentando buscar chicas de su edad (que, todo hay que decirlo, eran infantiles, insoportables y presumidas) para que saliera con ellas.
Después de algunas noches poniendo escusas para quedarse en casa hablando por el móvil Miriam decidió darles una oportunidad a aquellas chicas y salir a dar una vuelta. Como ella ya había supuesto, la noche fue aburrida como nunca, no encajaba con aquellas chicas. Así que, viendo el panorama, decidió volver antes de lo previsto a su casa y quedarse sentada en el umbral de la puerta hablando por el móvil con su amigo de Murcia.
Mientras se paseaba con el teléfono pegado a ala oreja, vio a una chica sentada en la puerta de su vecino de enfrente, cosa que le extrañó porque no esperaba encontrar a ninguna chica de su edad allí. Al momento, cuando la descocida vio a Miriam, le pregunto que si había algún sitio por donde salir en aquel pueblo. Miriam colgó el móvil para contestar a la chica que no, que aquel pueblo era un completo aburrimiento y que si querían diversión se habían confundido de lugar.
La desconocida, que resulto llamarse Soraya, invito a Miriam a sentarse a su lado. Después de un largo rato hablando, ésta se enteró de que Soraya estaba acompañada de otra amiga, Samara, de que las dos eran gaditanas y habían ido a aquel pueblo a encontrarse con otras dos chicas de Madrid. Después de la conversación, Soraya y Samara le dijeron que salía un rato a tomar algo con ellas, Miriam no lo pensó dos veces, se puso sus Converse y salió corriendo antes de que sus padres pudieran decirle nada.
La noche fue tranquila, en un principio Miriam hablaba más con Soraya, parecía que su amiga era un poco más tímida y ella no se atrevió a decirle mucho; pero a medida que iba pasando el tiempo, Soraya, con el aire andaluz y simpático que la caracterizaba, se iba acercando a otra gente que había por el pub, así que a Samara y a Miriam no les quedó otra que ponerse a hablar entre ellas. Hablando y hablando iba pasando el rato, Samara le contó que las chicas que esperaran no eran sus amigas, sino sus novias; que eran de Vallecas. Le estuvo contando también que tenía problemas con su novia, que la cosa no iba bien. Miriam le habló de su propia experiencia con un chico e intentó ayudarle a aclararse. Cuando ya se hizo tarde las tres chicas volvieron a casa. Miriam estaba muy contenta por haber conocido a alguien nuevo y haber congeniado tan bien.
Al día siguiente Miriam no vio a las dos chicas hasta bien entrada la tarde. Se fueron las tres al bar de la piscina a tomar algo. Allí hubo un momento en el que Samara se fue a hablar con alguien y las otras dos se quedaron a solas. Mientras hablaban y de repente, Soraya le pregunto a Miriam si no le gustaba ninguna chica del pueblo, a lo que Miriam respondió que no. Pero la chica volvió a insistir:
- ¿Tampoco te gusta mi amiga?- dijo -.
-Tiene novia- respondió Miriam descolocada -.
Después de esto Miriam volvió a casa un tanto desconcertada, pero no le dio mucha importancia.
Por la noche volvieron a verse, pero esta vez se quedaron en casa del vecino de Miriam, donde se alojaban las dos gaditanas. Soraya, por lo que se ve, harta de que su amiga le insistiera, cogió y se llevo a Miriam para decirle que le gustaba a su amiga, a Samara. Miriam se quedó sorprendida, no se lo esperaba, y solo supo contestarle que Samara tenía novia. Soraya le dijo que eso daba igual, porque su novia no se iba a enterar y que, si a ella le gustaba Samara, no hacían ningún daño estando juntas un par de días. Miriam, aunque no se fiaba demasiado, decidió jurársela y aceptar la propuesta.
Samara estaba muerta de vergüenza, se le veía en la cara, así que fue Miriam la que le dio el primer beso. No fue un beso maravilloso, más bien torpe y algo cortado, se notaba que la situación no acompañaba. Tras unos minutos, Miriam se fue a casa muerta de vergüenza y prometiendo que se verían al día siguiente. No pudo dormir casi, paso la noche pensando en qué estaba haciendo, ella nunca había estado con otra chica, no sabía cómo era y le daba mucha vergüenza; se arrepintió de lo que había hecho hasta más no poder, peor era demasiado tarde.
Cuando llegó el nuevo día Miriam volvió a casa de las chicas, acongojada y llena de dudas, pero volvió. Los ojos de Samara se iluminaron al verla, se veía que estaba deseando de que llegase.
Al principio las dos estuvieron cortadas, pero cuando empezaron a coger confianza todo fue sobre ruedas. Iban por la calle agarradas de la mano y parecían más que un royo de verano, una pareja de verdad. Empezaron a cogerse cariño, a compartir momentos inolvidables, besos, caricias, palabras, abrazos... Sus sentimientos iban creciendo por momentos, aunque las dos sabían que eso no iba a durar más que tres días, no iba a durar más que hasta el miércoles, el miércoles todo se acabaría. Por eso, al mismo tiempo que crecía su cariño, su amor, crecía también el miedo a quererse demasiado.
La última noche aprovecharon hasta el más insignificante segundo para estar juntas, tanto que los padres de Miriam salieron a buscarla en coche por todo el pueblo, era tardísimo y su hija todavía no había vuelto. Cuando la vieron la bronca fue monumental, discusión, gritos, pelea, pelea, más pelea y lo peor de todo, estas castigada, no vas a volver a ver a esa chica. Sus padres se imaginaron algo y, por lo visto, no les hizo ninguna gracia que su hija se paseara de la mano con una chica por el pueblo. Miriam se sentía impotente, no sabía qué hacer para despedirse al día siguiente de Samara, necesitaba verla, aunque fuese un momento, solo un momento. Les rogó a sus padres por todos los medios, hizo todo lo posible, pero no había forma. Lo único que podía hacer era mirar por la rendija de la puerta a ver si la veía asomarse.
Al final, tanto insistió que consiguió ablandar el corazón de su madre contándole la verdad, contandole que le gustaba esa chica. Tuvo permiso para ir a despedirse, pero no podía entretenerse mucho tiempo, aunque era suficiente, era mejor que nada.
Miriam se acercó a casa de Samara para darle el último abrazo, seguramente no volverían a verse nunca más y, aunque ninguna de las dos quería hacerse a la idea, las dos lo sabían. Después de que Miriam abandonara el pueblo, iba a ser bastante difícil encontrarse de nuevo, Madrid y Cádiz están demasiado lejos.
Eran sus últimos minutos, su último beso, su último abrazo, su última caricia, todo era lo último.
En la despedida tan sólo hubo una cosa nueva, dos palabras que antes no habían salido de sus labios, entre lágrimas, se dijeron su primer "te quiero".
























Redacción hecha, espero que todavía la veas =S










"Todos los jueves iré a verte, porque si me muero un viernes te habré visto el jueves y si me muero un lunes, te habré visto un jueves..."









aTt: Sam'm

Una tarde de otoño

Nos encontrábamos, una fría tarde de otoño, Alba y yo solas en su casa del pueblo, pues sus padres habían salido a dar un paseo por los alrededores. Ella y yo preferimos quedarnos charlando al calor de la lumbre recién encendida.
Estuvimos hablando y hablando durante un buen rato que a nosotras nos pareció un suspiro. Cuando, por fin, ya cansadas, dejamos que el silencio invadiera la habitación de la casa en que estábamos sentadas me percate de que un ruido leve y discontinuo, pero indudablemente existente, llegaba hasta mis oídos. Alba, como si acabase de leer mis pensamientos, me miró y se dio la vuelta rápidamente hacia la puerta que se hallaba cerrada a nuestras espaldas.
Con cierta inquietud nos levantamos y nos acercamos lentamente y cada vez más pegadas la una a la otra hacia la salida; al atravesarla, no se veía nada fuera de lo común, pero el ruido se escuchaba aún y, cuanto más nos acercábamos a la entrada de la cocina, más fuerte y claro era.
Antes de llegar a la puerta de la cocina, que, evidentemente, era el foco del inquietante ruido que rompía nuestro silencio, mi amiga y yo decidimos armarnos con un martillo y una barra de metal que era lo que había más a mano, por lo que pudiera pasar.
Sigilosamente nos fuimos desplazando hasta la entrada, cada vez estábamos más cerca y el miedo a encontrarnos algo raro se estaba apoderando de nosotras, sugestionándonos y haciendo que imaginásemos cosas inexistentes.
Al llegar definitivamente a ella, enarbolando bien nuestra única defensa y sin pensarlo dos veces, abrimos de un golpe seco aquella puerta.
Nuestras alteradas pulsaciones y la fuerte sensación de miedo desaparecieron en un instante al ver que lo que había provocado el ruido no era, ni mucho menos, un Jack el Destripador o un Hannibal Lecter, sino un pequeño gato callejero que rondaba la cocina en busca de algo de comida.
Sam'm